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Para nadie es desconocida la figura de aquellos que para viajar cargan un equipaje excesivo, algunos por ejemplo para un fin de semana viajan con una dotación que una persona normal usaría en dos semanas, llevando objetos y ropa para “eventualidades”, que la mayoría de las veces retornan a casa sin ser usados. De igual manera hay muchos que viven su vida con un montón de paradigmas inútiles en su espalda equivalentes a subir una empinada montaña con una mochila cargada con 80 kilos de piedras. Está, más que claro que tal “sobrecarga” ni es delito ni pecado, si se asume en forma voluntaria, pero de verdad no se le ve utilidad cuando el tránsito por la vida es visto como lo hizo Pablo de Tarso, quien en Hebreos 12:1 nos dice: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”.

Esa “carrera” mencionada por Pablo es nuestro tránsito por este mundo terrenal, lugar donde somos extranjeros, peregrinos que vinimos a calificar sobre si merecemos trascender o podrirnos atados a todo aquello que deslumbra nuestros sentidos y que muchas veces hasta nos hace perder la visión del camino, distrayéndonos con cosas banales que al final nos hace gastar la vida en trivialidades que complacen nuestros sentidos o nuestros egos personales, olvidando por completo nuestra vocación de hijos predilectos de un Dios que nos ofrece vida eterna a su lado, tanto así, que muchos de los que se califican de creyentes ni siquiera se preocupan de garantizar un puesto en esa vida eterna a sus seres queridos, ¿se imagina usted ganándose un lugar en el cielo y que al llegar allí no haya nadie de sus amigos ni seres queridos?... ¡tranquilícese! pues eso no podrá suceder, por una sencilla razón: si usted ha sido lo suficientemente egoísta para ocuparse de su exclusiva salvación, de seguro que tiene ganado el infierno pues olvidó algo que el propio Jesucristo nos mandó: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que estos’. (San Marcos 12:31).

Ahora, si usted decidió seguir ese segundo mandamiento y colabora en que “la carrera” sea completada por todos aquellos que están a su alrededor, ¿se le ocurriría cargar por ejemplo con una cantimplora de agua, chocolates, sándwiches por si le da hambre, spray por si le da calambres, paraguas por si llueve, bloqueador solar por si hay mucho sol, linterna por si la noche es muy oscura?, ¿verdad que no?, en especial si sabe que tiene un asistente que le provee de todo.

Si en una carrera común y corriente lo anterior es ridículo, como no ha de ser inútil el distraerse cumpliendo ritos y creencias, perdiendo el tiempo en cumplir tanta parafernaria teniendo instrucciones tan simples y claras del propio Jesucristo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (San Juan 14:6). Usted decide cómo hacer el viaje: ¿con maletas pesadas o con el equipo y asistente correctos?

Autor: Helmut Schatte
Escrito para: Pluma Cristiana, Diario El Tiempo, Ministerio Vivo Para Cristo

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