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Para muchos, esta frase resultará muy familiar, tal vez la repitió en la infancia toda vez que fue llamado “al botón”, alegando ignorancia o distracción como atenuante justificativo.

Estoy seguro de que los que oyen con más frecuencia esa frase son los fiscales o policías de tránsito como frase más recurrida por esas “tiernas abuelitas” que se comen la luz roja, o la preferida por esas dulces y bellas damitas que bajando el vidrio esgrimen cara de sorpresa preguntando: “¿qué hice?”, pero al enterarse, argumentan con sonrisa seductora: “¡Pero si apenas crucé a la izquierda!, y nadie venía en sentido opuesto”. Todo esto no pasaría de ser un detalle simpático de cada día en nuestras calles si el acto no se repitiera infinidad de veces, lo cual transforma la “inofensiva trasgresión” en problema de seguridad pública.

Es muy cierto que hay delitos más graves, pero vivir en comunidad en forma armónica requiere cumplir reglas más allá de las configuradas en los códigos y reglamentos, es preciso practicar eso que dice: “Mis derechos terminan donde empiezan los de mi vecino”. ¿Se imagina usted, señora, que un día cualquiera sus hijos se subleven y digan que ya no colaborarán más en el orden de la casa, ni con los horarios de comidas, ni en quitarse los zapatos cuando entran de la calle y está lloviendo, resulta por demás obvio, que estos pequeños detalles, por muy chiquitos que sean, constituyen normativas imprescindibles para la buena convivencia familiar; no son delitos ni faltas de ley u ordenanza, pero constituyen una estricta necesidad.

¿Qué hice?, pregunta el esposo “olvidadizo” cuando llega tarde a casa y a través de “una cara de cañón” se entera de que justo ese día es el aniversario de matrimonio. ¡Se olvidó!, pero ¿cómo fue a suceder? ¿pasaba lo mismo durante el noviazgo? ¿verdad que no?, tal olvido muestra falta de amor, o al menos, amor descuidado, por decir lo menos, no es un delito, pero… ¡cómo duele!

Todos los hombres y mujeres tenemos un padre, reconozcámoslo o no, quienes tenemos el privilegio de conocerlo, sabemos que algún día, lejano o cercano, nos llamará a su lado, ¿conoceremos el camino si nunca nos preocupamos en buscarlo?, ¿se puede llegar a un lugar sin saber ni averiguar dónde queda?

Pongamos que usted sí llega, al fin y al cabo, usted llevó una vida sin delitos, asistió a su iglesia cada domingo y algo leyó de la Palabra, ¿cree usted que ?, puede suceder que una vez más tenga que argumentar ante la negativa de permiso para entrar al cielo: “Pero si nosotros comimos y bebimos contigo; además tú enseñaste en las calles de nuestro pueblo”, para recibir como respuesta: “¡Ya les dije que no les conozco!, ¡gente malvada, apártense de mí!” (Lucas 13: 26-27).

Todas esas cosas pequeñas que hacemos o dejamos de hacer sí cuentan, aunque usted no se dé por enterado, recuerde que el camino no es fácil, está pleno de pequeños detalles que sin estar configurados en la ley en forma expresa, delatan una falta o descuido del amor que le debemos al Padre, ¡piénselo ahora, mañana puede ser tarde!

Autor: Helmut Schatte

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