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Se define “utopía” como: “Lugar que no existe, proyecto, sistema o doctrina optimista que aparece irrealizable en el momento de su formulación”. El hombre no es perfecto, pero “hecho a imagen y semejanza de Dios”, no perfecto, pero perfectible.

Quien se diga cristiano entiende lo dicho por Pablo en Timoteo 4: “Mi muerte está cercana. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera”. Una buena batalla peleada en una carrera donde lo que se aspira es llegar al final, cayendo en el camino, pero levantándose para luchar contra todo aquello que impide llegar a esa meta tan preciada, ¿cómo lo logra?: “He guardado la fe”, cuidada como cuida el testigo el atleta en carrera de postas, en este caso representa el ticket de entrada al cielo, “donde encontrará al Señor, juez justo, quien le entregará la corona como premio a la obediencia”, pero él no sólo premia a los que llegan primero, también hay premios para todos los que logran llegar a la meta: “Y no sólo a mí, sino también a todos los que esperan su regreso con ansias”.

Para los no creyentes esto resultará extraño, para los que creemos y conocemos la palabra, sabemos que todo lo dicho en ella es verdad, la vivimos y damos testimonio de ello. Creemos y conocemos a un Dios todo amor, todopoderoso, omnipotente y misericordioso que nos enseña que nada que provenga del mundo es perfecto ni verdad absoluta, por lo tanto quien aspire a tener “el paraíso” en la tierra, sólo conseguirá frustración y una gloria terrenal que se pudre y oxida, que no es el caso de la gloria eterna.

Hombres “imperfectos” han creado utopías, proyectos no realizables, para construir un paraíso en la tierra, fundamentados en que la felicidad reside en lo material. Por ello algunos creen en el capitalismo y otros en el marxismo, ambas teorías económicas que llevadas al terreno político han dado origen al liberalismo y al comunismo, los primeros sometiendo al colectivo al yugo del individuo, los segundos sometiendo al individuo al yugo del colectivo, ambos “yugos” al fin y al cabo, ¿ es eso justo?, ¿acaso Cristo no habló claro (Mateo 22: 36) cuando se le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de todos? Jesús le dijo: Ama a tu Dios con todo lo que piensas y eres. Y el segundo es semejante: Ama a tu prójimo como a ti mismo”, primero amor a Dios como Padre, al “próximo” como hermano, ¿puede existir alguna regla de buen convivir mas equilibrada y justa?

Con hombres de carne y hueso no hay cielo, por ello, Pablo llama a lo que produce el mundo: “Obras de la carne” (Gálatas 5:19-21): “Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas, acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”.

El propio Jesucristo afirmó (Mateo 15:9): “pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres”...¡ a buen entendedor!

Autor: Helmut Schatte

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