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“Tenía, entonces, la tierra una sola lengua y unas mismas palabras y aconteció que cuando salieron de Oriente, hallaron una llanura en la tierra de Sinar y se establecieron allí y se dijeron unos a otros: ¡Vamos!; hagamos ladrillos y cosámoslos con fuego y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra y el asfalto en lugar de mezcla y dijeron: ¡Vamos!; edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra”.

Una sola lengua y unas mismas palabras sin malas interpretaciones. Cocieron adobes de barro en fuego, convirtiéndolos en ladrillos para suplir la carencia de piedras y estructurar sus edificaciones, también descubrieron que el asfalto les podía servir de cemento, así que, orgullosos de su inteligencia decidieron construir una ciudad con una torre, la cual fuese tan alta como para llegar al cielo. Esto les traería prestigio, pues en toda la tierra sabrían quiénes fueron los ejecutores de tamaña proeza. En pocas palabras, tal torre se convertiría en el más enorme monumento a la vanidad humana: “Si nos dispersan, tendremos la suficiente fama para que nos reconozcan en toda la tierra”.

Estos protagonistas eran descendientes de Noé, actor principal de otra historia muy conocida como es la del “Arca de Noé”, pero a diferencia del obediente Noé, estos pretendían erigirse cual dioses para ser reconocidos en toda la tierra.

¿Fábula? ¿suceso real? Para mí eso es irrelevante. Así fueren parábolas bíblicas, tienen tanto sentido como las que narró Jesucristo. Ambos proyectos vistos desde la perspectiva actual se repiten en nuestro presente, no necesariamente en forma de Arca o de Torre, pero sí en hechos concretos.

El Arca de Noé, gran proyecto de Dios salvó a la humanidad, en cambio, los grandes proyectos del hombre no han sido inspirados ni encomendados a Dios. Por ello, rematan indefectiblemente en obras demoníacas para servir de destrucción. Es cosa de fijarse en las aeronaves, los satélites, la energía atómica y tantas otras obras, producto del afán explorador del hombre terminan siendo armas de guerra y destrucción, pero….¿y Babel?; nadie ha pretendido en la actualidad “llegar al cielo”, pero la resultante del empeño de Babel sí está presente en forma por demás nítida en nuestros días: ¿Recuerdan cómo Dios castigó a esos presuntuosos constructores?: “He aquí el pueblo. Es uno y todos tienen un solo lenguaje y han comenzado la obra. Nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer. Ahora pues, descendamos y confundamos allí su lengua, para que ninguno entienda el habla de su compañero”.

¿Suena familiar?, ¿no se pretende aquí construir una “torre” (proyecto político) visible para todo el mundo? ¿acaso no estamos sintiendo que hay un pueblo hablando la misma lengua con las mismas palabras y una mitad no se entiende con la otra mitad? ¿Necesitaremos, también que nos dispersen como hizo Dios con los constructores de la Torre de Babel? ¿hasta dónde llegará la soberbia?

Autor: Helmut Schatte Vera

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