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Algunos ven la Tierra como una masa muerta de rocas, arcilla, limo, arena y magma ardiente que arroja de vez en cuando por los volcanes. No voy a entrar en definiciones geológicas, lo que deseo es establecer un paralelo entre el comportamiento de ese globo vivo y los hombres que lo habitamos.

Sucede con la Tierra, sucede en nuestras vidas: con tormentas y terremotos, el hombre siempre quiso conocer las causas, cuando las achaca a Dios, es para solicitar clemencia o para increparlo en soberbia con un “¿Por qué a nosotros? Resulta curioso poder constatar cómo en las calamidades, tanto naturales como personales, la tendencia es buscar culpables en otros, en circunstancias que los orígenes siempre están bajo nuestros propios pies, muchos lo vieron en el caso del sismo: en un conjunto de edificios, dos de ellos colapsaron quedando escorados cual buque que se hunde y a su lado otros dos sin daños visibles. Muchos corrieron a reclamar “vicios ocultos” de responsabilidad de los constructores, posibilidad factible, pero temeraria al llegar a una conclusión fácil sin considerar que las razones pueden ser muchas.

El hecho de tener cuatro edificios levantados por el mismo constructor, bajo los mismos parámetros técnicos y económicos, y que dos permanezcan erguidos y dos se derrumben, sin conocer especificaciones y cálculos, sin saber cuál es el terreno sobre el que se fundó, sin saber si los materiales cumplieron con la calidad prevista, no resulta sencillo ni fácil llegar a una conclusión seria, definitiva y clara, es más fácil cargarle la culpa al más inmediato en la cadena del proyecto: a quien los fabricó.

Paradójicamente, nuestras vidas privadas suelen colapsar. Cuando eso sucede rara vez investigamos las verdaderas causas del desastre, es mas fácil descargar la responsabilidad en otros, en muchos casos ese “pagador de platos rotos” es Dios. Olvidamos que el propio Jesucristo nos dio la verdadera razón por la cual hay vidas de hombres que se desploman cual catástrofe imprevista. En su calidad de diseñador y constructor nos advirtió: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió la lluvia y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió la lluvia, y vinieron los vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7: 24-27).

Dios Padre nos fabricó perfectos para el propósito que nos asignó, somos nosotros los que dañamos nuestras vidas haciéndolas colapsar, no por culpa de los materiales, ni del calculista, ni del constructor, Él nos asignó la libertad para elegir sobre cuál terreno fundaríamos nuestras vidas: sobre arena o sobre roca.

Pregunta para usted y el colectivo: ¿Sobre qué elegimos fundar? ¿Sobre Cristo o sobre el mundo?

Autor: Helmut Schatte
Escrito para: Diario El Tiempo y Ministerio Vivo Para Cristo

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