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Enrique Naranjo fue compañero de trabajo en los tiempos en los que estudiaba en la universidad. Atleta disciplinado, de los que se esfuerzan al máximo. No fumaba, no bebía licor, no se acostaba tarde, seguía una dieta sana en nada atractiva para los cultores de la gula. Todas las mañanas se levantaba con el alba para salir a trotar. Con frío o calor, lluvia o sol, siempre mantenía una disciplina que le garantizara un estado físico y óptimo para que no existiera excusa alguna para no entregar hasta el último esfuerzo en aras del triunfo al momento de llegar la competencia. Si no llegaba, no se daba por vencido y persistía en su entrenamiento y disciplina diaria. Para las parrandas no estaba disponible. En las celebraciones en las que debía asistir por compromiso, bebía soda o jugo y se retiraba temprano, soportando siempre bromas que se hacían a su costa: “Tu apellido debió ser zanahoria y no naranjo”, “eres más aburrido que bailar con la hermana”, “te pierdes lo mejor de la vida y nunca llegarás a las olimpíadas”, etc, etc. Siempre le admiré su capacidad de soportar tanta burla, no siempre dichas en tono simpático, alguna veces sardónico.

Muchos y muchas más, son los que cuidan su cuerpo por vanidad, por verse mejor, por lograr una apariencia “sexy” y para ello se someten a todo tipo de sacrificios, más de los que hacía mi amigo. También cirugías, máscaras, cataplasmas, inyecciones y hasta deudas. Nada de esto sería malo si no fuese por el pequeño gran detalle: Cuidar solamente la parte exterior, como si el hombre sólo fuese un animal superior con inteligencia superior, ¿Somos sólo eso en realidad? Si así fuere ¿en qué nos diferenciaríamos de un animal de exposición? Nuestras vidas podrían reducirse a complacer los sentidos y a esperar la vejez viviendo en un zoológico humano que velara por nuestro alimento, techo, salud, instrucción, vestuario y hasta para proporcionarnos pareja para procrear. En resumen: Un zoológico de hombres al estilo propuesto por las teoría materialistas marxistas.

El problema del hombre reside en que la aplastante mayoría dice creer que tenemos alma y espíritu y, no obstante, nada o poco hacemos para cultivarlos y fortalecerlos ¿Es que alma y espíritu se cuidan solos? Vivir una vida para complacer la lascivia, la gula, los pleitos, las borracheras, las contiendas, la envidia y las enemistades conducen al hombre a dejar en esta vida sólo un rastro de animal, un animal que termina con achaques y con ninguna capacidad para disfrutar de los bienes materiales que atesoró. En cambio los “Naranjos del espíritu”, esos que se atrevieron a ser distintos y permanecieron fieles al manual del Dios fabricante, envejecerán igual, pero sus frutos ni se corromperán ni oxidarán, pues amor, paz, paciencia, bondad, fe, mansedumbre y templanza nunca conocerán obsolescencia, sino más bien constituirán el pasaporte que los identificarán como ciudadanos del cielo.

Somos la gran excepción del universo conocido. Complacer al cuerpo para terminar finalmente depositado -en calidad de atado de huesos en un ataúd- constituiría una gran y patética paradoja.

Autor: Helmut Schatte

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