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"¿Por qué te fijas en lo malo que hacen otros, y no te das cuenta de las muchas cosas malas que haces tú? Es como si te fijaras que en el ojo del otro hay una basurita y no te dieras cuenta de que en tu ojo hay una rama. ¿Cómo te atreves a decirle a otro: Déjame sacarte la basurita que tienes en el ojo, si tú tienes una rama en el tuyo? ¡Hipócrita! Primero saca la rama que tienes en tu ojo, y así podrás ver bien para sacar la basurita que está en el ojo del otro”

Estas frases constituyen para mí la máxima regla de sabia convivencia humana; la necesidad de autocrítica, la más difícil de las críticas, en contraposición a la más fácil: criticar al prójimo.

Una crítica encierra el haber efectuado un análisis comparativo de: “lo que tú haces, contra lo que yo creo que debes hacer”, esto derivado a la vez de otro juicio de valor: “tu haces eso porque piensas en forma equivocada, mejor piensa como yo y harás las cosas bien”. Imponer un: “tú estás equivocado, yo tengo la razón, mi verdad es la buena, la tuya es la mala”, es solo poder de Dios.

La crítica muchas veces va acompañada de algo peor, en criollo se dice “cachicamo diciéndole a morrocoy conchudo”, lo cual implica otra cualidad por desgracia muy común y frecuente: el fariseísmo, aquellos que como el cura Gatíca “predican pero no practican”, fariseos de los cuales el propio Jesucristo dictaminó:“ hagan como ellos dicen, mas no hagan como ellos hacen”.

Es que todo aquello que decimos y hacemos definen lo que está en nuestros corazones, en especial la lengua: ese pequeño órgano de nuestro cuerpo que a veces corta más que un cuchillo de carnicero. El discurso concordante con la acción es trascendente, es la herencia más notoria que se trasmite de padres a hijos, de allí la pandemia más poderosa y aniquiladora de nuestro país: la corrupción, ¿cómo puede un hijo hacer distinto si crece viendo a sus padres que cobran o pagan por corrupción?

Se pretende cambiar el país con leyes, decretos y reglamentos, pero ellos son letra muerta a la hora de no haber respaldo en un buen ejemplo, se habla del “hombre nuevo” y no se ve cambio alguno en quien vocifera tal consigna, se habla de amor, ternura y derechos humanos, y lo que está a la vista es una imagen wagneriana de un oficial represivo que cual Nerón contemporáneo pone música tras arremeter con la violencia de las bombas y perdigones, para terminar recitando una arenga al más puro estilo hitleriano.

La experiencia es desalentadora: el país vive en un enfrentamiento sin cuartel que no cesa, ninguno de los bandos ve la viga en el propio ojo, en circunstancia que la mayoría de las veces los protagonistas por ambas partes cargan sendos “rabos de paja”. Se podrán hacer miles de leyes y dictar millones de reglamentos, pero la verdadera revolución no llegará en tanto el corazón de los hombres no cambie.

“El Espíritu de Dios nos hace amar a los demás, estar siempre alegres y vivir en paz con todos. Nos hace ser pacientes y amables, y tratar bien a los demás, tener confianza en Dios, ser humildes, y saber controlar nuestros malos deseos. No hay ley que esté en contra de todo esto”. ¿Se consigue esto con leyes o constituciones humanas?

Autor: Helmut Schatte

1 comentarios:

Gracias por la invitación a ser integro y a dominar mi pequeña, pero peligrosa lengua.

que estes muy bien, un abrazo.

Muchas bendiciones para Ti.

Au revoir y Adio.

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