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La única dificultad que tengo para identificarme como cristiano, es la de brindar una imagen distorsionada de lo que se supone serlo.
Prefiero declarar que trabajo por ser digno de llamarme como tal. Mucho tiempo tardé en entender que “la pared es mala porque los ladrillos son malos”, desde allí mi objetivo no es descalificar a hombres. Mi propósito real es dedicar este espacio, cual volante que cae en manos de un lector desconocido, para hacerlo pensar y recapacitar, sobre todo lo malo que muchas veces nos confunde por su engañosa apariencia de agradable y apetitoso.

Nunca me resigné al pragmatismo surgido tras la caída del imperio comunista soviético, como tampoco me resigno a la resurrección de ese cadáver ya sepulto. Sigo apostando a que si logramos rescatar valores, si logramos que cada quien piense y actúe para bien, no serán necesarias las revoluciones, ni los decretos, ni las leyes, ni los reglamentos, sencillamente todo funcionaría en armonía. Los cristianos tenemos una deuda con la humanidad: No hemos sabido proponer las herramientas diarias de funcionamiento de una sociedad de hombres, como herramientas prácticas y cotidianas de vida, en circunstancias que esos principios están contenidos en la Biblia, a la cual muchos ven sólo como libro de lectura y relax y no como herramienta individual y colectiva para cumplir como reglas establecidas por quien nos “fabricó”.

El cristianismo es mucho más amplio que doctrinas basadas en encíclicas o en teorías económicas o sociológicas, pues ellas tocan problemas puntuales, de acuerdo con las circunstancias que la rodearon. Ser cristiano implica todo un estilo de vida. Significa verdadera búsqueda de un hombre realmente nuevo, que pueda deslastrarse de la ira, de la envidia, del odio, de todo lo que signifique dañar al prójimo. Este hombre nuevo debe generarse desde el yo íntimo, expandiéndose hacia fuera, hacia la familia, la vecindad, el estado, el país y hasta el mundo. Eso no se consigue a través de la dirección del hombre, eso sólo se consigue empinándose por sobre nuestras limitaciones de hombre material, solicitando dirección a Dios.

Pobrecito el hombre que no sabe que todo aquello que tienta a su cuerpo y satisface a sus sentidos, sirve a la vez de lastre a la hora de la muerte física. ¿Acaso se sabe de alguien que al morir se haya llevado el yate, el Ferrari, o sus mansiones? Pobrecitos los hombres que se dejan distraer por los placeres pasajeros corruptibles y oxidables del mundo, que no son más que elementos que distraen y confunden sobre el verdadero sentido de esta vida de la cual somos sólo pasantes calificando para otra mejor.

“Los que viven sin controlar sus malos deseos, sólo piensan en hacer lo malo. Pero los que viven obedeciendo al Espíritu Santo, sólo piensan en hacer lo que desea el Espíritu. Si vivimos pensando en todo lo malo que nuestros cuerpos desean, entonces quedaremos separados de Dios. Pero si pensamos en lo que desea el Espíritu Santo, tendremos vida eterna y paz. Los que no controlan sus malos deseos sólo piensan en hacer lo malo. Son enemigos de Dios”.

Autor: Helmut Schatte

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