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Lunes Santo, 4 días antes de ser crucificado: Jesús limpia el Templo.

* En Mateo 21:12–17 (paralelos en Mr. 11:15–19 y Lc. 19:45–48).

– "¿No está escrito: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? ¡Mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones!" (Mr. 11:17).

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Solo ayer, domingo, Jesús había entrado triunfalmente por la puerta este de Jerusalén, montado sobre un asno, ante una multitud enloquecida que lo aclamaba como "Hijo de David", "Rey de Israel", "el Profeta del que habló Moisés", mientras tendían sus mantos en el camino para que pasara y con palmas y ramos de árboles lo alababan, "¡Hosanna, Hosanna, bendito el que viene en el nombre de HaShem!"

¿Qué esperaban las multitudes? Indudablemente: que Jesús armará a sus hombres, asaltará el pretorio de Poncio Pilato, expulsará las guarniciones romanas, y con este acto desafiante declarará a Israel una nación soberana independiente y, posteriormente, por medio de la conquista militar, convirtiera la nación judía en cabeza de todas las naciones de la tierra.

Pero en cambio, ¿Qué hizo Jesús el Cristo?

No se dirigió al palacio de Pilato, sino al "palacio" y orgullo del estado judío, el Templo construido por Herodes el Grande, y desafiando tanto a las autoridades romanas como judías, violentamente expulsó del atrio a todos los cambistas, mercaderes y estafadores que habían convertido el culto de DIOS en un medio lucrativo para enriquecerse. Pero Jesús hizo mucho más que esto ese lunes sombrío... 

Temprano en la mañana, en camino a la ciudad desde Betania (dónde se estaba hospedando), nuestro Señor había maldecido una higuera, pues aunque tenía un aspecto verdoso, al acercarse, se halló que no tenía fruto. "¡Nunca jamás nazca de ti fruto!" (Mt. 21:19), le ordenó Cristo a la higuera. Temprano a la mañana siguiente, el apóstol Pedro volvería a ver esa misma higuera en camino a la ciudad de nuevo, y al notarlo se acercaría a nuestro Señor asombrado a decirle "¡Rabí, mira! ¡La higuera que maldijiste, se ha secado!" (Mr. 11:21).

Sabemos lo que pasó 50 años después... El ejército romano, dirigido por el futuro emperador Tito, con Tiberio Julio Alejandro como su segundo al mando (siendo él mismo de ascendencia judía), sitió y arrasó la ciudad de Jerusalén, así terminando la obra de limpieza que nuestro Señor Jesús inició 5 décadas antes, así, cumpliéndose Sus palabras, cuando dijo:

– "¿Veis todo esto? En verdad os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada" (Mt. 24:2).

Nuestro Señor, con la autoridad de Su boca, había desechado las viejas formas de adoración del pacto antiguo y con Su Muerte y su Resurrección el 1° día de la Nueva Semana, había edificado un Templo mucho mejor y eterno: el de Su propio cuerpo, es decir, Su Iglesia en todas las naciones de la tierra. Las viejas formas de adoración basadas en trueques e indulgencias monetarias, no más válidas, sino ahora, como Cristo le había dicho a la samaritana:

– "Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre ... Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad" (Juan 4:21, 23).

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¡Él ha conquistado, no con la espada de César, sino por medio de una cruz ensangrentada, a todas las naciones de la Tierra! ¡Hosanna, Hosanna, al Hijo de David, el Rey soberano de toda la Tierra!

Entienda quien pueda...


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