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Muchos hablan sobre ir al extranjero “a capear el temporal”, para algunos suena a aventura, especialmente a los más jóvenes, pero la verdad es muy diferente, hay cosas que solo se ven cuando se viven, como el ser inmigrante; malo es abandonar los amigos, la familia, las costumbres, el clima, la comida, el vecindario, ese cielo que se está acostumbrado a divisar cada día, ¡no es fácil!, si a eso se le agrega el empezar de nuevo, dejar atrás el terruño propio nunca es premio, es un castigo duro, pero cuando esos emigrantes retornan a su tierra, normalmente son mal recibidos, los que se quedaron comienzan con “este no se comió las verdes, ahora vuelve a compartir las maduras, trae dinero, algunos títulos universitarios y viene a ocupar buenos cargos, en cambio yo que me quedé solo tengo lo mismo que cuando él se fue”. Posición entendible y muy humana, pero no por ello justificable, resulta injusto decir que quien retorna tiene un premio no merecido, solo él sabe cuántas amarguras y trabajo le costó traer lo que trae, a cuantas cosas renunció, a cuantos sacrificios se sometió.

El ser humano es una paradoja a la hora de compararse con el vecino mas prospero, ni siquiera es envidia, se trata que siempre se desea estar más arriba de lo que se está, sin considerar lo que costó, siempre consideramos al otro más suertudo, mas apoyado, o al menos con menos méritos que los nuestros, no es que el conformismo sea bueno, lo malo es juzgar sin perspectiva de lo que realmente sucedió.

“El dueño de la viña salió muy temprano de mañana a contratar hombres para que trabajaran en ella, a los que consiguió prometió pagarles el salario de un día completo, repitió la maniobra a las nueve, a las doce, a las tres y hasta las cinco de la tarde, en todas las oportunidades los mandó a trabajar prometiéndoles un salario justo, los que aceptaron fueron a trabajar. Cuando llegó la noche llamó a cada uno de los trabajadores para pagarles, comenzando por los últimos que vinieron, y terminando por los primeros. Sucedió que los que llegaron a las cinco de la tarde recibieron el salario de un día completo, cuando pasaron los que habían llegado primero, pensaron que a ellos les pagaría mucho más, pero cada uno recibió el mismo salario de un día completo, esos trabajadores comenzaron a hablar mal del dueño de la viña y le dijeron: Los que llegaron a las cinco de la tarde solo trabajaron una hora, pero usted les pagó a ellos lo mismo que a nosotros, que trabajamos todo el día aguantando el calor.

Eso no es justo. Pero el dueño les contestó a uno de ellos: ¡Mira amigo!. Yo no he sido injusto contigo. Recuerda que los dos acordamos que tu trabajarías por el salario de un día completo. Toma el dinero que te ganaste, y vete. No es problema tuyo que yo les pague lo mismo a los que vinieron a las cinco. Yo puedo hacer con mi dinero lo que me parezca. ¿Por qué te da envidia que yo sea bueno con los demás? (Mateo 20: 1- 15).

Para Dios no hay primeros ni últimos, más bien hay gozo en la oveja que regresa a casa, así regrese tarde.

Autor: Helmut Schatte Vera

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