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Siendo aún estudiante fui enviado a fungir como Inspector de Obras, como tal tenía la responsabilidad de controlar la calidad de los materiales como de la mano de obra, una tarde tras la hora de almuerzo conseguí un albañil veterano agregando agua a una mezcla para pegar bloques, la cual a todas luces mostraba estar en proceso de fraguado, intentaba “revivirla”, tarea muchas veces advertida como ilegal por mis profesores, tras dudar, saqué la voz y le pedí botarla, su respuesta fue expresada con un vigoroso “¿por qué?”, tras la breve explicación sobre el proceso de fragua vino el contraataque: “¡es que siempre lo he hecho así!”, dicho por un hombre con mas del doble de mi edad y experiencia, juntando valor exclamé: “¡pues siempre lo ha hecho mal! ... ¡lo siento! ... esa mezcla se pierde.”

¿Cuántas cosas en la vida hacemos solo porque “siempre la hemos hecho así”?, buenas o malas, de tanto repetirlas las transformamos en hábitos y los hábitos son los que configuran el carácter y con ese carácter construimos nuestra imagen personal; lo que reflejamos a los demás, así una persona perezosa no podrá reflejar a una persona activa, ni un chismoso a un discreto. Los hábitos marcan nuestro carácter como la gota de agua marca su huella sobre la piedra cayendo tras largo tiempo sobre el mismo punto, esa misma repetición, voluntaria o involuntaria, pasa a formar parte de nuestras “características personales”, por eso es que son muchas las cosas que hacemos todos los días “en piloto automático”, muchas de ellas ejecutadas cual ritual, por eso quienes presumen de conocernos podrán predecir lo que haremos o diremos, entre ellas están la forma de vestir, nuestros temas de conversación, las reacciones ante lo inesperado y hasta la forma de caminar, muchas de estas acciones pueden parecer inocuas o inofensivas, pero muchas de ellas traen, si son incorrectamente ejecutadas, consecuencias negativas; un sinnúmero de personas han deteriorado su columna vertebral solo por la costumbre de sentarse en mala forma, pero … ¿cómo detectarlas?, si siempre es mas fácil ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio.

Yo era casi un adolescente y estaba seguro de cumplir muy bien las indicaciones del dentista al momento de cepillarme los dientes, en alguna oportunidad alguien me preguntó sobre si usaba el hilo dental, mi respuesta fue igual a la del albañil: “¿para qué? ... siempre lo he hecho así, y mis dientes lucen muy bien”, el contraataque fue drástico: “pues siempre lo has hecho mal, prueba a usarlo, y de lo que crees dientes limpios verás salir cosas que te avergonzarán”.

Hoy, pensado en los hábitos, en mi forma de cepillar y en ese albañil, me hice una pregunta: ¿cómo conseguir ese hilo a ser usado en nuestra alma que nos permita descubrir todo eso que no vemos ni detectamos por nosotros mismos?, cambiar hábitos es difícil, en especial esos que conforman nuestro carácter, pero les tengo una buena noticia: existe un hilo para el alma, un hilo que nos ayudará a sacar todo lo maloliente de nuestro interior: se llama Espíritu Santo, ¡búsquelo y verá!.

Autor: Helmut Schatte Vera

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