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Nuestros ojos perciben a las personas como gordas, flacas, bajas, altas, feas, bonitas, nuestro olfato califica al hediendo o perfumado, nuestros oídos clasifican al que habla duro, ronco, chillón, o afónico. Nuestras características físicas son detectables por medio de nuestros sentidos. Lo que está a la vista de los demás también debería estar para nuestros propios ojos pero curiosamente tendemos a ignorarlos, incluso quien está pasado de peso suele molestarse si se lo recuerda.

Hay otro aspecto que no se capta con los sentidos: el carácter, cuyos rasgos son intangibles, no visibles, ni olibles, ni audibles, es el espejo del espíritu, lo definen como “animo, valor, aliento, brío, esfuerzo”, ese carácter albergado por nuestro espíritu resulta de la sumatoria de mente, emociones y voluntad, todos encerrados en ese contenedor llamado espíritu, el que si está iluminado por el Espíritu de Dios brillará por sus características de “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza” (Gálatas 5:22), mas si ese espíritu es gobernado por el cuerpo y sus sentidos, tendrá el riesgo inminente de “adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, homicidios, borracheras y orgías”(Gálatas 5: 19-21).

No existen señales externas visibles a simple vista que digan “este hombre (o mujer) es iracundo, idolatra, conflictivo, adúltero, depravado, borracho o asesino”, lo que hace posible captar esto en los demás es la convivencia, auto diagnosticarse es imposible, por tal razón es que Jesucristo nos advirtió: “¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano” (Marcos 6:42), necesitamos quien nos ayude a sacar esa viga, un ermitaño con espejo siempre podrá saber si está sucio o limpio, gordo o flaco, feo o bien parecido, pero difícilmente podrá captar sus cualidades espirituales, por esa simple razón los cristianos tenemos como obligación el congregarnos, ser parte de la gran familia, para ayudarnos, para exhortarnos, para advertirnos sobre la faceta de nuestro carácter que atenta contra esa luz proveniente de Dios. Pero, así como recibir a una persona obesa con un “¡que gordo estas!”, tampoco se puede decir a un hermano “¡cuán soberbio eres!”; así como en lo carnal se puede aconsejar a un desconocido sobre los riesgos de la obesidad sin ofenderlo, con mayor razón se podrá avisar amorosamente a un hermano sobre sus debilidades: “Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino que exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”. (Hebreos 10: 24-25).

En definitiva: es necesario congregarse para agradar a Dios.

Autor: Helmut Schatte
Escrito para: Diario El Tiempo y Ministerio Vivo Para Cristo

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