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A la culpabilidad y su hermana gemela el fracaso, nadie las quiere a su cargo, eso quedó muy bien graficado en aquel libro que se vendió hasta en las esquinas: “La culpa la tiene la vaca”, cuya trama relata cómo la culpa sobre la mala calidad de las carteras colombianas va saltando desde el vendedor al fabricante de carteras, al suministrador de cueros, a la curtiembre, al matadero, al ganadero, y el ganadero como eslabón final se saca el bulto culpando nada más y nada menos que a la pobre vaca, lo que demuestra que a la hora de establecer culpabilidades (responsabilidades), nadie quiere asumirlas.

Es por demás lógico que nadie desee fracasar, todo el mundo quisiera vivir bien lejos de eso, pero los humanos somos recurrentes y el camino es para muchos un secreto indescifrable. Declaramos creer en axiomas indiscutibles, pero al momento de aplicarlos cae una amnesia impuesta por el subconsciente que dispara automáticamente el “piloto automático”, el cual ejecuta lo “de costumbre”, y lo de costumbre no siempre es lo bueno, por ello es que se repiten una y otra vez los mismos errores, con esto viene la frustración del fracaso, y con el fracaso la soberbia para buscar fuera de nuestra responsabilidad al culpable, olvidando con ello que “haciendo lo mismo, se obtienen siempre los mismos resultados”.

La gran mayoría parece creer que el éxito se limita a lo material, olvidando que algún día, más cercano de lo que imaginamos, vamos a morir y no podremos llevarnos las propiedades, los títulos ni las cuentas bancarias.

Paradójicamente vivimos como animales, olvidando algo que casi todo el mundo admite como cierto: que el hombre es mucho más que cuerpo físico, tenemos “algo” que nos diferencia del resto de los animales, a ese “algo” llamado alma donde residenciamos la mente, las emociones y la voluntad, y espíritu donde albergamos ese soplo divino que el Creador nos dio. Somos criaturas complejas, tan complejas que todavía la ciencia no nos conoce totalmente. ¿Quién será entonces el que nos conozca? La respuesta es lógica y sencilla: quien nos creó. Ahora, si usted sigue empecinado en verse como producto de la casualidad, siga equivocándose, siga buscando en la suerte la culpabilidad de todos sus errores, mientras los que creemos en Dios y su hijo Jesucristo acudimos a Él en busca de las instrucciones que nos dejó en el “Manual de Fabricante”: la Biblia.

Dios nos muestra el camino correcto, otro es quien actúa de apuntador para nuestras desgracias, tiene muchos nombres pero el personaje es el mismo: el cine le ha llamado “el lado oscuro”, otros Satanás, demonio, diablo, Lucifer, etc. Su oficio es el confundirnos, hacernos tragar mentiras, desorientarnos para que no reconozcamos nuestras culpas, para que extraviemos el camino que el Creador nos asignó.

“Porque estos son falsos apóstoles, obreros fraudulentos, que se disfrazan como apóstoles de Cristo. Y no es maravilla, porque el mismo Satanás se disfraza como ángel de luz”. (2 Corintios 11: 13-14).

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