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Copiapó, al norte de Santiago de Chile, mina San José. Allí se origina la noticia que ha golpeado fuertemente a la opinión pública mundial, no sólo por tratarse de una tragedia minera, sino porque tras más de tres semanas de incertidumbre, se consiguió a los 33 hombres vivos, cuando la esperanza parecía perdida y algunos pensaban que había que bajar los brazos y resignarse.

Se dice que la peor tortura es aquella implementada con mucha lentitud, sin violencia, persistente para quebrantar al más paciente, sin “chino” ni gotera interminable, ni palillos en los párpados ni focos de luz que impidan dormir; en la mina San José no hay nada de eso, pero hay un sótano -269, sin rampas ni ascensores, ni ventanas ni aire fresco, sin mañana ni pasado mañana, ni siquiera semana entrante, ni mes próximo, de allí el nombre para establecer el campamento “esperanza”.

Los invito a cerrar los ojos e imaginar por unos instantes cómo nos sentiríamos confinados a 700 metros bajo tierra, tras un derrumbe que cegó las vías normales de acceso, comunicándonos con la superficie por medio de una camarita que más parece laparoscópica, pensando en que no se sabe cuáles dificultades conseguirá la sonda, rogando porque no haya otro derrumbe, luchando por no dejarse arrastrar por la desesperación, intentando imaginar que los días, las semanas y los meses transcurrirán muy rápido, para que al fin, en un momento soñado y estelar, podamos volver al mundo real, llenar los pulmones de aire puro, abrazar esposa, hijos y madre, observar una vez más alba y atardecer, la brisa y las flores del desierto.

Pese a un presente adverso, la esperanza de un futuro mejor hace posible que no haya quebrantamiento ni falta de lucidez… ¡Caramba!, cómo todo esto se me asemeja a un paralelo espectacular con lo que debe ser la vida de un cristiano en esta tierra, acechado por peligros de enfermedades, vicios, riesgos, injusticias, humillaciones, situaciones que a muchos llevan a la desesperanza, pero nunca a aquellos que saben que hay una vida mejor “allá arriba, en el verdadero mundo real”, donde no habrá dolor, ni necesidades, ni quebrantos, ni preocupaciones, que para llegar allí sólo es preciso obedecer a quien nos envía la “sonda”, pues a través de esa sonda conseguiremos el alimento y la bebida que nos dará las fuerzas para resistir la oscuridad, la incertidumbre, la ansiedad, pero, para que todo resulte bien es preciso escuchar y obedecer las instrucciones que trae la sonda, con mucha fe en el que está trabajando en nuestro rescate.

Los cristianos tenemos nuestra “sonda”, la Biblia, un “sondeador”, Dios, que nos permite permanecer en la esperanza, Hebreos 8: 4-5 nos recuerda que nuestro mundo es como la mina, “sólo figura y sombra de las cosas celestiales” y en 4: 1-3 nos advierte que “sería una lástima que alguno de nosotros no pudiera recibir de Dios el descanso por desobediencia, los que creemos, perseverando en la fe, disfrutaremos de la paz y la tranquilidad que Dios nos ha prometido”.

Escrito para: Diario El Tiempo y Ministerio Vivo Para Cristo

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