“Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”
Así mismo cada uno de nosotros debemos de haber muerto al viejo hombre que estaba viciado conforme a los deseos de este mundo, ahora ya no vivimos para satisfacer la carne, ahora vivimos para satisfacer a aquel que nos amo y se entrego a si mismo por nosotros.
Pero por un momento analicemos: ¿Qué es estar crucificado con Cristo?, en pocas palabras es tener nuestra carne clavada en un madero de gracia, es decir que ahora Dios me ha dado el dominio propio para decir NO al pecado y SI a la santidad. Crucificar nuestra carne es no darle oportunidad de caer, sino que evitar a toda costa que se seda a sus deseos mas arraigados.
Amado hermano, es hora de hacernos la siguiente pregunta: ¿Habrá en mi vida parte de mi que no he crucificado?, quizá pueda ser la mentira, a lo mejor los pensamientos, quizá nuestro carácter, o pueda ser que nuestro vocabulario y en algunos casos hasta nuestra vida sexual, ya que muchos cristianos lastimosamente son atraídos por la pornografía y caen en la masturbación, en la fornicación, adulterio o cualquier clase de acto semejante a la lascivia a los cuales la Palabra de Dios cita como pecados que no te permitirán alcanzar la vida eterna.
El Apóstol decía: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”, que lindas palabras que denota la renunciación de mis intenciones y de mis deseos. Que lindo fuera que cada uno de nosotros tomara la determinación de morir a nosotros mismos, de crucificar hasta el mínimo deseo carnal que todavía anda rondando en nuestra vida y que pudiéramos decir: “ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi”.
Amado hermano, te invito a que seas valiente, a que decidas de una vez por todas a rendirte a Cristo, a reconocer que ya NO VIVES TU, sino que CRISTO quiere vivir en ti. Pero tienes que entender que Cristo es tan caballero que si tu no se lo permites El no actúa en tu vida, es por esa razón que debemos rendirnos en humildad delante del Señor, reconocer nuestros errores y tener la suficiente determinación para que a partir de este momento podamos comenzar a vivir la vida que tendríamos que haber vivido desde el día que permitimos que Jesús entrara a morar a nuestra vida, hablo de crucificarnos a nosotros mismo y comenzar a vivir para Cristo.
Autor: Enrique Monterroza
Tomado de: Reflexiones y Devocionales